Durante mucho tiempo creí que el problema era el dinero.
Que si ganaba un poco más, todo cambiaría.
Que si conseguía un ingreso extra, si me pagaban por fin lo que merecía, entonces sí… la vida se sentiría más libre.
Pero pasaba algo curioso: cuando ganaba más, no duraba. El dinero se iba con la misma facilidad con la que llegaba. Algo surgía. Una deuda olvidada, un gasto inesperado, una necesidad urgente que parecía sincronizarse mágicamente con cada aumento de ingresos. Y ahí, en ese ciclo que se repetía como un patrón que no lograba descifrar, entendí que el problema no era externo. El verdadero problema era interno. Tenía un termostato financiero.
Ese termostato, como los de aire acondicionado, estaba programado para mantener una temperatura "segura", conocida, habitual. En mi caso, una cantidad de dinero específica que me permitía sobrevivir, pero nunca expandirme. Una cifra que me mantenía cómodo, aunque incómodamente limitado. Ese límite no estaba escrito en ninguna parte, no lo dictaba el mercado ni mis habilidades, sino mi mente. Mis creencias. Mi historia personal. Las ideas que escuché en casa cuando era niño. Las experiencias de escasez, los discursos sobre el sacrificio, la culpa que alguna vez sentí al ganar más que otros. Todo eso, sin saberlo, estaba definiendo cuánto me sentía autorizado a recibir. Cuánto me parecía "normal" tener.
Romper ese termostato es una de las batallas más intensas que he tenido que dar. Porque no se trata solo de aprender sobre finanzas o de encontrar nuevas fuentes de ingresos. Se trata de cambiar profundamente la relación que uno tiene con el dinero, con el merecimiento, con la abundancia. Es mirar hacia adentro y animarse a cuestionar todo lo que dabas por sentado. Es dejar de repetir frases como “yo no soy bueno con los números” o “el dinero no es lo más importante” sin entender que, en el fondo, esas ideas operan como anclas mentales disfrazadas de filosofía.
Romper el termostato financiero requiere una transformación de identidad. Y eso implica tomar decisiones incómodas. Invertir en uno mismo cuando el miedo grita que no es el momento. Rodearse de personas que ya piensan en otro nivel, aunque eso te obligue a revisar tus conversaciones de siempre. Elegir crecer, incluso si eso significa alejarte de los lugares en donde tu versión limitada todavía se siente cómoda, o alejarte de personas que no tienen este mismo proyecto de crecer. Porque el verdadero crecimiento nunca ocurre en terreno conocido. Se da en el salto. En la incomodidad. En ese espacio donde no sabés con certeza qué va a pasar, pero sabés con el alma que no podés seguir igual.
He vivido en carne propia el vértigo de ese salto. He sentido el temblor de la incertidumbre, el miedo a fallar, la voz interna que susurra que quizás no estás hecho para más. Pero también he visto cómo, cuando te alineás con una nueva identidad y actuás desde ahí —aunque todavía no veas los resultados— el mundo empieza a responder de otra manera. Aparecen oportunidades que antes no veías. Personas que vibran distinto. Decisiones que te dan vértigo, pero que te catapultan, que te permiten otros resultados que antes no imaginabas posibles.
Hoy, cada vez que siento que estoy estancado, que mis ingresos no crecen, que la expansión se detiene, ya no me peleo con el afuera. Me observo. Me pregunto: ¿qué parte de mí todavía se aferra al viejo termostato? ¿Qué creencia necesito soltar para abrirle espacio a una nueva versión de mí? Porque entendí algo poderoso: el dinero nunca supera tu nivel de identidad. No importa cuántas estrategias tengas, cuántas horas trabajes, cuántos negocios emprendas. Si tu mente sigue anclada a un nivel de escasez, todo se acomodará para que vuelvas ahí. Siempre.
Romper el termostato financiero es un acto de amor propio.
Es la decisión consciente de dejar de sobrevivir y empezar a expandirte.
Es un proceso, no un instante. Pero empieza cuando vos te hacés una sola pregunta con total honestidad:
¿Estoy listo para dejar de vivir limitado por lo que creía que merecía… y empezar a vivir como el creador de mi realidad financiera?
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